Thursday, November 09, 2006

Alegría y tristeza sin importar qué

Creo que la tristeza, así como la felicidad, ambas son incisivamente parte de nuestra condición, pues tienen que buscar su sustento en una realidad cambiante y poco previsible ante nuestra falta de objetividad, palabra que para mí no es nada más que una subjetividad colectiva. Pero lo más peligroso es la contradicción, cuando uno siente alegría cuando se debería sentir pena o viceversa. Es peligroso porque raya fuera de lo convencional, de los parámetros humanos y nos tienta a ver de lejos.

Ver de lejos nuestra humanidad y lo miserable que es o también verla con una lucidez y amor que tienda en la locura. “Demasiado humano”, es así porque sólo podemos ver desde ella, y estamos sujetos a esa perspectiva, en la cual un Dios es nuestra concepción de bien y el infierno como la del mal. Yo, como relativista, no puedo creer que un lugar o una persona (porque este Dios es un ser, es tan humano que algunas personas lo pueden percibir) enmascaren todo lo perfecto o su contrario, pero las sigo llamando de la misma manera, proveyéndoles del significado que acabo de darles.

Es en esos límites (Dios e infierno), tan humanos (ni siquiera mundanos, ni a eso llegamos) que vemos el mundo y no podemos salir de él, y es de esa forma que justificamos nuestras actitudes. Lo único que tiene un poco de realidad en nuestras vidas es nuestra parte heredada, nuestra parte animal, quien tiene sentido por si misma y lo que nos ata a la cordura, a no fundirnos en un egocentrismo terrible del que somos esclavos. Pues no somos dueños del hambre, del frío ni de alguno de sus derivados, sino que los padecemos y lidiamos con ellos.

Y eso en parte nos une a los demás, pues tenemos noción gracias a la empatía del vivir en comunidad y aunque sea disimulada igualdad. Pero ese campo estrecho de visión, delimitado por Dios y por el infierno es lo único que podemos ver, a lo que nos remitimos como referencia y sobre lo que vivimos, yo creo que es a lo máximo que podemos aspirar, y vamos a ser víctimas de ello con una máscara de aleatoriedad. No importa lo que hagamos y lo que el mundo nos depare a nuestro alrededor, todos estamos destinados a sufrir, como a ser felices, el progreso es una ilusión.

Recapitulando, lo que ha cambiado es la forma en la que plagamos el planeta, pues somos más y en aumento. Las condiciones de vida son mejores ¿Eso es progreso? Seguimos llorando y riendo, como todos siempre lo han hecho. Las viejas disputas entre lo tradicional y lo novedoso. ¿Habrá acaso diferencia alguna? ¿Vamos a dejar de sentirnos mal?

Todo esto parece tan egoísta pero rara vez veo una actitud humana que raye fuera del egoísmo. Todos en busca de reconocimiento, de alguna forma de satisfacción, yo se que existen verdaderos altruistas, el problema es que cuando sepamos su nombre, dejarán de serlo. Existirá, y las acciones van a vivir para siempre. ¿Pero hay alguna diferencia? yo creía que si, pero al experimentar mi incapacidad hacia la felicidad cuando se supone que debo experimentarla, me hizo dudar terrible y apocalípticamente.

Tantos grandes hombres que marcaron el progreso, totalmente muertos, apenas recordados por un cinco por ciento de la población mundial. Es cómo si jamás hubieran existido ¿qué importa? ¡he ahí la filantropía! Pero no es tan sencillo, porque aunque nos hayan dado tanto, no importa que vivamos en las cavernas o con tanta cosa bonita, seguimos siendo miserables. O sea, destinados a necesitar, a tener hambre por siempre.

Por eso pierdo la esperanza, porque somos una humanidad que estamos atrapados en nuestra ventura de desgracia, porque hay personas que luchan día y noche por romper límites y sólo sacan una sonrisa. ¿Vale la pena esa sonrisa? Cada vez mis aspiraciones son más humildes, pero por lo menos es una chispita de ilusión que me ayuda a esforzarme por lo que creo.