Elevé mis ojos buscando algo y te vi por primera vez papelito, y eso que no te estaba buscando. No lo podía creer, llegaste directo a mis manos, bailando, estabas tan blanco, que parecía como si hubieses caído desde el espacio, bailando como llegaste a mí, y que ninguna otra cosa te había manchado antes. Me creí afortunado entonces, dejé de sentir que era cualquier alguien y que si tenía un nombre en el universo, un nombre que tu me lo otorgabas en medio de todos los azares.
No pude creer lo blanco que eras papelito, ni un grano de arena, ni un rayo de luz había dejado mancha en ti. Por eso decidí cuidarte, protegerte para que no dejaras de ser único, y así yo también, no dejar de ser alguien. Te paseaba con mucho cuidado, te escondía celosamente de los ojos extraños, te daba vueltas por el parque en el que te encontré, pero guardándote cuando venía ese viento frío que nos vigilaba en silencio, como envidiando nuestra felicidad. Digo nuestra papelito, porque esa blancura tuya no podía significar otra cosa, ¿o si?
El sol iba cayendo y yo me conformaba con mirarte, al menos al comienzo. Tenías demasiada energía, y yo no sabía si podría lidiar con eso. Aunque estabas conmigo, aún no te poseía, sabía que no eras de nadie, y tu radiante belleza lo confirmaba. Empecé a temer que ello significaba que yo no era nada más que una parada casual para ti. Entonces empezó mi desesperación papelito, tenía que saber que yo era igual de importante para ti, quería saber si al menos te habías fijado en mí. Te sostuve entonces y te elevé en dirección al sol. Fue la primera vez que miré a través de ti. Fue increíble, puedo recordar perfectamente toda esa luz pasando a través de ti, tu cuerpo traslúcido parecía sólo mejorar la calidad de la luz; esa fue también la primera vez que hablaste conmigo.
Acercarte al sol, también tuvo otra consecuencia, que en ese momento me pareció terrible. Una tormenta de polvo se acercaba y yo apenas lo noté. De pronto toda esa tierra nos envolvía y aunque instintivamente te refugié en mi pecho, ya había sido muy tarde. Estabas manchado por el polvo, y yo no podía sentirme más responsable. No recuerdo si dejé caer una lágrima pero al menos tú no lo sabrías porque escondí mi rostro de ti. ¿Qué tal si te hubiera dejado bailando? ¡Se te veía tan feliz haciéndolo! Ahora sentía tanta vergüenza, yo había sido responsable de mancharte y, ahora que estabas conmigo, de quitarnos a los dos un nombre en la eternidad.
¿Pero qué importaba el nombre en la eternidad? Mucho, hasta que me di cuenta de algo que era aún más importante. Cuando me atreví a mirarte de nuevo, vi como toda esa tierra había dejado formas en tu cuerpo, y me di cuenta que eran formas extrañas pero que decían mucho. Eso es lo que había hecho el mundo de ti ahora que estabas conmigo, y yo sé que te gustó mucho, y por eso a mí me gustó también. Pero lo que realmente me alegró, eso de lo que te estaba hablando, de que mi nombre se había borrado de la eternidad, pero a cambio, me fijé en un curioso dibujo en tu superficie: mi huella se había quedado impregnada en ti gracias al polvo.
¿Puedes entender la alegría que sentí al ver que yo estaba en ti papelito? Que importaba el Universo con mayúscula, el sol que caía poco a poco, las estrellas que aún no se dignaban a aparecer… Yo estaba en ti, al igual que tú estabas en mí de alguna forma, aunque yo no lo podía expresar de la misma manera en que tú lo hacías. Ese sentimiento era muy extraño, me sentía afortunado pero también me sentía sínico por alegrarme de tu suciedad, de todas formas, yo soy el que manchó tu uniformidad por primera vez, ¿estabas de acuerdo con dejar de bailar para estar conmigo?. No sé si otro te hubiera manchado en mi lugar, pero creo que sí. Lo importante es que al ver tus formas nuevas, grabadas polvo y tierra, me daban una pista de que eso te había hecho feliz.
El sol estaba tan cerca de desaparecer y el viento empezó a marchar como mil soldados alados, en ese momento, me enfrenté a un dilema. Te tenía cerca de mi pecho, te estabas arrugando por la presión que ejercía, todo con el fin de que ese ejército invisible no te arrebate de mí. El problema es que si no te veía, apenas sabía lo que tenías que decirme. La luz iba a desaparecer pronto y sin ella no podía comunicarme contigo. Entonces decidí elevarte hacia el sol una vez más, aunque ya me esperaba lo que iba a suceder.
La luz naranja, casi violeta, atravesó tu cuerpo, con ese sabor a muerte que se asemeja como nunca a la vida. Ese brillo te atravesó e iluminó todas tus formas de una nueva forma. Jamás te vi más hermoso, papelito, pero jamás te vi, al mismo tiempo, tan lejano de mi. El viento empezó a soplar aún más fuerte y sentí mucho miedo de perderte, así que mientras descifraba lo que me decías tuve que apretarte con violencia, te arrugaste y hasta te rompí un poco. Un dolor profundo me invadió y esta vez no te oculte mis lágrimas. Una esquina tuya se movía desesperadamente con el viento. Todo se confabuló para decirme lo más obvio, tenía que dejarte ir. Las primeras estrellas entonces aparecieron en el cielo y me di cuenta que tu amor desenfrenado por bailar era algo que ya no podía controlar.
No pude creer lo blanco que eras papelito, ni un grano de arena, ni un rayo de luz había dejado mancha en ti. Por eso decidí cuidarte, protegerte para que no dejaras de ser único, y así yo también, no dejar de ser alguien. Te paseaba con mucho cuidado, te escondía celosamente de los ojos extraños, te daba vueltas por el parque en el que te encontré, pero guardándote cuando venía ese viento frío que nos vigilaba en silencio, como envidiando nuestra felicidad. Digo nuestra papelito, porque esa blancura tuya no podía significar otra cosa, ¿o si?
El sol iba cayendo y yo me conformaba con mirarte, al menos al comienzo. Tenías demasiada energía, y yo no sabía si podría lidiar con eso. Aunque estabas conmigo, aún no te poseía, sabía que no eras de nadie, y tu radiante belleza lo confirmaba. Empecé a temer que ello significaba que yo no era nada más que una parada casual para ti. Entonces empezó mi desesperación papelito, tenía que saber que yo era igual de importante para ti, quería saber si al menos te habías fijado en mí. Te sostuve entonces y te elevé en dirección al sol. Fue la primera vez que miré a través de ti. Fue increíble, puedo recordar perfectamente toda esa luz pasando a través de ti, tu cuerpo traslúcido parecía sólo mejorar la calidad de la luz; esa fue también la primera vez que hablaste conmigo.
Acercarte al sol, también tuvo otra consecuencia, que en ese momento me pareció terrible. Una tormenta de polvo se acercaba y yo apenas lo noté. De pronto toda esa tierra nos envolvía y aunque instintivamente te refugié en mi pecho, ya había sido muy tarde. Estabas manchado por el polvo, y yo no podía sentirme más responsable. No recuerdo si dejé caer una lágrima pero al menos tú no lo sabrías porque escondí mi rostro de ti. ¿Qué tal si te hubiera dejado bailando? ¡Se te veía tan feliz haciéndolo! Ahora sentía tanta vergüenza, yo había sido responsable de mancharte y, ahora que estabas conmigo, de quitarnos a los dos un nombre en la eternidad.
¿Pero qué importaba el nombre en la eternidad? Mucho, hasta que me di cuenta de algo que era aún más importante. Cuando me atreví a mirarte de nuevo, vi como toda esa tierra había dejado formas en tu cuerpo, y me di cuenta que eran formas extrañas pero que decían mucho. Eso es lo que había hecho el mundo de ti ahora que estabas conmigo, y yo sé que te gustó mucho, y por eso a mí me gustó también. Pero lo que realmente me alegró, eso de lo que te estaba hablando, de que mi nombre se había borrado de la eternidad, pero a cambio, me fijé en un curioso dibujo en tu superficie: mi huella se había quedado impregnada en ti gracias al polvo.
¿Puedes entender la alegría que sentí al ver que yo estaba en ti papelito? Que importaba el Universo con mayúscula, el sol que caía poco a poco, las estrellas que aún no se dignaban a aparecer… Yo estaba en ti, al igual que tú estabas en mí de alguna forma, aunque yo no lo podía expresar de la misma manera en que tú lo hacías. Ese sentimiento era muy extraño, me sentía afortunado pero también me sentía sínico por alegrarme de tu suciedad, de todas formas, yo soy el que manchó tu uniformidad por primera vez, ¿estabas de acuerdo con dejar de bailar para estar conmigo?. No sé si otro te hubiera manchado en mi lugar, pero creo que sí. Lo importante es que al ver tus formas nuevas, grabadas polvo y tierra, me daban una pista de que eso te había hecho feliz.
El sol estaba tan cerca de desaparecer y el viento empezó a marchar como mil soldados alados, en ese momento, me enfrenté a un dilema. Te tenía cerca de mi pecho, te estabas arrugando por la presión que ejercía, todo con el fin de que ese ejército invisible no te arrebate de mí. El problema es que si no te veía, apenas sabía lo que tenías que decirme. La luz iba a desaparecer pronto y sin ella no podía comunicarme contigo. Entonces decidí elevarte hacia el sol una vez más, aunque ya me esperaba lo que iba a suceder.
La luz naranja, casi violeta, atravesó tu cuerpo, con ese sabor a muerte que se asemeja como nunca a la vida. Ese brillo te atravesó e iluminó todas tus formas de una nueva forma. Jamás te vi más hermoso, papelito, pero jamás te vi, al mismo tiempo, tan lejano de mi. El viento empezó a soplar aún más fuerte y sentí mucho miedo de perderte, así que mientras descifraba lo que me decías tuve que apretarte con violencia, te arrugaste y hasta te rompí un poco. Un dolor profundo me invadió y esta vez no te oculte mis lágrimas. Una esquina tuya se movía desesperadamente con el viento. Todo se confabuló para decirme lo más obvio, tenía que dejarte ir. Las primeras estrellas entonces aparecieron en el cielo y me di cuenta que tu amor desenfrenado por bailar era algo que ya no podía controlar.
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