Saturday, March 03, 2007

De Occidente a Oriente (parte I)

Abres los ojos, te levantas; no los vuelves a cerrar. Eso pasa en aquellos días en que la luz del sol entra por tu ventana, cosa muy rara en una habitación apuntando hacia el occidente. Vas y regresas, caminas en círculo. Embriagado con el pasado y el futuro: ilusiones me dirías, ahora yo te lo reclamo: eso te embarga de felicidad.

Así pasó ayer ¿recuerdas? Te despertaste a la misma hora de siempre sólo que no te quedaste en la cama, sino que recordabas lo mismo que anoche para consolar tu sueño. Ahora es igual, tu madre no puede dejar de notar la sonrisa en tu rostro y tú tratas de fingir austeridad. Las madres no son tan subestimables: Vas a ver a Natalia.

¿Por qué demoras tanto en el baño? El agua resbala miles de veces y surca los mismos caminos de tu cuerpo antes de pasear por la tubería. Lo que pasa es que piensas en lo que va a pasar más tarde cuando te encuentres con ella, allá tan lejos por donde queda su casa, y piensas en lo que va a decir, pero eso es difícil, es más fácil pensar en lo que tú vas a decir. Apuesto a que cuando te secas con la toalla ya tienes uno que otro discurso en mente, cada uno con unas cinco posibilidades diferentes de respuesta… Pero las olvidas, y yo sé que es mentira cuando me dices que prefieres la sorpresa.

“Naturaleza es un poema de secretas señales misteriosas” apuesto a qué se lo vas a decir, pero espero que no te decepcione el hecho de que no lo entienda. Se lo vas a decir y ni siquiera te has preguntado si crees en ello. Yo pienso que es al revés, que el poema es una naturaleza de señales misteriosas, pero no me hagas caso, no dudes de tu discurso prefabricado; así no la sorprendas, al menos ella lo fingirá.

Si, todo es un circo, hasta tú eres parte de él cuando piensas en eso mientras miras a las hormigas del patio llevando y trayendo comida. Me molesta que sigas divagando sobre lo mismo hasta que te das cuenta que estás subiendo al bus y no has sacado los sueltos del bolsillo y el cobrador te mira con mala cara. Déjame adivinar que te viene a la mente: “fue mi culpa”. No sé como ver eso, talvez como muestra de humildad. Incorrecto. Es una muestra de un ego inmenso, maldita sea, crees que el mundo gira alrededor tuyo.

Bueno, ahora toma asiento rápido, tu percance con el cobrador no te va a dejar mirar hacia arriba por un tiempo. Si en este momento te preguntara en qué estoy pensando seguramente me dirías que tú me pareces predecible. Pues aciertas y te equivocas a la vez. Pero dejemos esa discusión para más tarde, mejor pon tu mente en algo más relajante, en algo que te haga sentir bien. Me parece una decisión correcta, eso de ponerte a pensar en Natalia. Claro, el tema abarca muchas posibilidades.

Por ejemplo, no es momento de ponerte a pensar como es ella en la cama. Estás en un bus, irresponsable. Te propongo un tema: ¿Será que ella piensa en ti más que tú en ella? Es un tema extenso, que en realidad no sirve de mucho, tomando en cuenta que hay muy pocas probabilidades de que atines, pero al menos te mantendrá ocupado durante un largo tiempo. No te decepciones tan rápido, no digas que es imposible saber, ¡claro que es imposible! ¿y qué? Ya eres lo suficientemente maduro como para saber que no se puede tener nada por seguro.

El camino es largo pero los minutos no bailan en fila sino que marchan en columna, y ves pasar cada segundo, uno tras el otro. El sol sigue en el poniente y en acenso, es uno de esos días. ¿Qué tal si miras ligeramente a tu alrededor, no muchas personas deben recordar tu incidente, además deben tener mejores cosas que pensar. A tu lado, en la otra ventana esta ese pequeño niño que te mira con curiosidad. ¿Te recuerda a ti mismo? Ese no te salió con un hilo de soberbia “bicho raro”. Los niños entre sí no suelen ser muy distintos, al menos no van pensando en si ésta o aquella persona son buenas o malas. Yo también odio esas dos palabras pero no me queda más que usarlas.

Bueno, a tú lado se acaba de sentar una señora. Lograste engañarme y parece que a la señora también. No sé si finges ser amable o si realmente lo eres, la señora preferirá creer lo primero mientras yo lo segundo, y tú sigues en ese neutro, lo que nos une en una plataforma de observación distinta a la señora y a mí. Desde ahí, esta mujer que debajo de ese rojizo opulento talvez oculta algunos pares de hebras plateadas y yo, te observamos con una compasión casi noble, ambos sabemos que hubieras preferido que junto a ti se siente una mujer fresca y entera.

Pero la buena dama no te conoce tan bien como yo, y sé que la única diferencia que hubiera existido entre ella y la veinte añera es una cantidad ínfima de sudor en tu frente, una sonrisa disimulada y una fricción intensa, ligera y disimulada. Vamos, yo sé que nunca le hubieras hablado, y si te gustaba, probablemente ella tampoco a ti. No le culpes a la ciudad de fría, debe ser algo más relacionado a las costumbres, de esas que van perdiendo el significado, en fin, yo no sé…

Llegamos. Esa extraña sensación; ese extraño cliché. Vuelve a tu centro, ahí está, mírala, dime que recordabas esos ojos entre amarillos y castaños. Del color de un árbol cuyas raíces bebían oro. Su piel no se puede describir ni sus cabellos negros que aunque lacios envuelven un espacio infinito ¿Si llegas a tenerla, me vas a dejar disfrutar de ella contigo?