Tuesday, March 13, 2007

De Occidente a Oriente (parte II)

La colonia se mueve aprisa, pero una niebla alrededor tuyo se encarga de distorsionar los objetos y las personas lejanas para que tus ojos únicamente enfoquen lo importante, Natalia. Eres parte de la colonia pero crees salir de ella. Sus movimientos son líneas oblicuas, tiene ritmo, armonía y melodía a la vez. Pero apenas puedes notarlo, porque ahora estás aislado, y más aún de ella.

Me encanta esa costumbre que tienes de disfrutar de las cosas después o antes de que hayan sucedido. Mera ilusión, vas a decir otra vez con una sonrisa presumida con cara de que conoces las respuestas de todas las cosas; y no sólo te crees capaz de eso, sino de que puedes contestarlas de una manera sofisticada. Estás equivocado, yo pienso que es una incapacidad el hecho de que no quieras concentrarte ahora en ella: en sus manos, en su boca o en sus palabras. Te veo y me da risa, sólo escuchas lo que dice para torear su respuesta y quererle demostrar quién eres ¡Saca un poco menos las plumas!

Me gusta esta heladería, queda cerca del fin del mundo, al igual que su casa. ¿La gente siempre es tan amable con ella? Vamos, no te sientas insignificante, recuerda que ella está contigo, y lo más probable es que si ella nota que el heladero le mira con variadas intenciones, también seguramente pensará que es bueno porque es una forma de redemostrarte cuanto vale, su PVP. Eso, atreviéndome a indagar atrevidamente en sus intenciones, pero sólo es una vaga adivinación, no me hagas caso, mejor mírala, se ve tan inocente… Sus ojitos brillan al oírte hablar. Sus manos pequeñas no sostienen el helado, lo equilibra mágicamente, lo hace flotar. Su lengua se baña de frío y de sabores. Lo siento, no puedo dejar de hablar de ella sin adherirle un adjetivo de adorno. Te toca equilibrar la temperatura ¿no? Yo me estoy ahogando de calor, sin poder beber un helado, sin poder siquiera beber de ella. Si miraras al cielo en este momento te darías cuenta de que estamos cerca, muy cerca del mediodía. El calor la tiene vulnerable y a ti te ha hecho perder delicadamente la paciencia, ya no miras sus palabras, sino sus labios. Bajo el sol, caminando hacia su casa en este pueblo donde las almas parecen haberse evaporado, estás tú, ella y la pared. Y las sombras también parecen haberse evaporado, pero ahí estamos, simplemente escondidas bajo el suelo, esperando a que el sol deje su puesto de guardia en el punto más alto del cielo, en toda su seca y monstruosa gloria. Es por ello, la luz simplemente ciega mis ojos y no me permite ver el momento en que la lanzas contra la pared, tomas sus muñecas y las clavas, la crucificas contra el muro. El sol y sus malditos 90 grados, en el punto de equilibrio, ahora sólo depende de ti elegir el curso que tomará…

Es la una de la tarde y el sol cae por el occidente, que extraño, y yo sigo mirando como caminas frustrado junto a ella. Te mira con lástima, y no sé si fuiste tú o si fui yo quién dejó sus muñecas amoratadas. Hoy no ha sido mi día, y aunque ha sido el tuyo, tampoco fue bueno para ti. Tú eres el perdedor, el que se deja dominar por el miedo, el que planifica los discursos, ese que va ahí, llegando a la casa de Natalia con los bolsillos en las manos, con unas casi lagrimas redibujando y refractando el iris. Ella llega a su puerta, tu sumisión provoca su lástima y antes de que cierre la puerta se te ocurre decirle: “Naturaleza es un poema de secretas señales misteriosas”. Ella te dice: “cuídate” y cierra la puerta de su casa.

Está bien, no voy a atacarte ahora, sé que no ha sido un día fácil, lleno de tensión acumulada y no descargada lo suficiente. Si sólo el sol hubiera decidido caer por el oriente. No te lo estoy echando en cara, pero estoy seguro de que yo la hubiera dominado. Vamos, si te consuela, ponte a pensar en Natalia, imagina que la tengo en mi cama, imagina lo que yo hubiera hecho con ella. En un atardecer totalmente oscuro en mi cuarto, cuando las últimas luces se apagan con el crepúsculo, trata de ver como yo le hubiera desgarrado la ropa. ¿No te hace sentir mejor? A mí sí.

El camino de regreso es aún más largo, y ya no te va a importar que el mendigo más apestoso se siente a tu lado en el bus. Escuchando esa odiosa música ranchera el mundo no se hace más aceptable, y peor con tu rostro de perdedor. Emanas debilidad, y por eso el mundo te odia un día más, como siempre que el sol desciende por tu lado. Está bien, no me hagas caso, igual, que importa, las sombras son solamente cuerpos bidimensionales.

En tu cuarto, lamentablemente el sol ilumina igual que en la mañana, sólo que ahora desciende. La soledad de tu cuarto perenne ahora asfixia, y verte acostado boca abajo con tu cara envuelta en la almohada en la que se mezclan tu saliva y tus lágrimas… ¿Cómo esperas que bailemos bajo la luz de la luna y cedamos el control a las ilusiones de la noche? Dormiremos una vez más, pero mañana no te levantarás temprano pues el sol no saldrá por tu ventana y simplemente yo me despertaré con ganas de suicidarme. Mañana, el sol no se verá hasta el mediodía, y esta vez, si sobrevivo a mí mismo te ganaré la partida. No te odio, es sólo que no trabajamos en equipo, el día perfecto es el que va en contra de la costumbre. Esos días en que el sol recorre el cielo de occidente a oriente.