ATE.- ¿Y sabemos todos cuál es la causa de que semejantes coros y contiendas* no existan absolutamente en parte alguna, si no es en modo insignificante? ¿Diremos que es por ignorancia de la multitud y de los que le ponen las leyes?
CLI.- Tal vez.
ATE.- De ningún modo, bendito Clinias; hay que decir que son dos las causas de ello y muy decisivas.
CLI.- ¿Cuáles?
ATE.- La una es que el amor del dinero no deja tiempo libre alguno para cuidarse de otra cosa que no sean los bienes propios; pendiente de ellos el alma toda de todos los ciudadanos, no está en disposición de atender sino a la ganancia cotidiana; y cada uno de ellos se halla prontísimo a aprender y poner por obra particularmente cualquier teoría o práctica que conduzca a ese fin y se ríe de todo lo demás. Esto , pues, es lo que hay que reconocer como primera causa de que las ciudades rehúsen emprender en serio la práctica mencionada o cualquier otra noble y buena de que , muy al contrario, por el apetito insaciable de oro y plata , todo varón se halle dispuesto emplear el arte o traza que sea, decorosa o indecorosa, si con ella ha de llegar a ser rico; y lo mismo a realizar sin repugnancia alguna cualquier acto piadoso o impío, y aun enteramente infame, con tal de que para él, como si fuera una bestia, resulte eficaz en procurarle total saciedad de toda clase de comidas, bebidas y placeres amorosos.
CLI.- Bien dicho
ATE.- Esa, pues, que digo, quede establecida como una de las causas que no permiten a las ciudades ejercitarse convenientemente en las cosas de la guerra ni en ningún otro laudable ejercicio, antes bien, convierte a los hombres todos de natural tranquilo en comerciantes, navieros o meros servidores, y a los más animosos, en piratas, horadadores de muros, ladrones, sacrílegos, quimeristas y perdonavidas, aunque algunas veces no sean de cierto malos por naturaleza, sino más bien desgraciados.
CLI.- ¿En qué sentido hablas?
ATE.- ¿Cómo no habría de llamarlos enteramente desgraciados, si por fuerza han de pasar su vida toda sin interrupción con hambre en sus almas?
* Actividades que a juicio de Platón eran saludables para el sano desarrollo de una ciudad
Tomado de:
Platón, LAS LEYES, Alianza, Madrid, 2002, pp. 831b a 832a
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