Thursday, May 24, 2007

Quiero una edición (breve recorrido por el masoquismo)

Quiero una edición de adjetivos,
un lamento ensordecedor,
un poco de sangre nativa,
una bocanada de su aliento.

Para que las noches no sean epilépticas entre sus toallas de sudor
y para que su música no sea más que un molesto abismo
que se lleva los vientos que nadie, ignorantemente, respira.

Verte es ya no beberte, es ya no borrarte.
los movimientos se caducaron en ese recuadro que es tu imagen,
tu olor se extinguió, como una estrella al caer la noche.

Y la luz me despertó haciéndome notar
que el sol no pensaba salir nunca más
y que ayer fue su último mañana.

Quiero una edición de metáforas,
haber sido miserable siempre,
hablar de la frecuencia desde la rutina;
no hacer ciencia con los accidentes.

El altar con el tiempo que consume lento y delicado
su reflejo, atrapado en el espejo, y ya no es ni la sombra de
un alguien muerto hace millones de años. Ya no es ni signo

Silenciarte es dejarte volar hacia la inmaculada muerte,
sostenerte, en cambio, es darme un porqué para
asesinar a los entes monocromáticos a mí alrededor.

Quiero una edición de compases,
un baile estético y estático,
la última gota de tu saliva,
verte agonizar; diluída.

Thursday, May 17, 2007

La tragedia de los hombres enjutos

Cuenta la leyenda del antiguo quiché que en la tierra habitaban unos hombres de palo. Hombres enjutos desprovistos de toda gracia; y, como si gracia tuviera alguna relación aparte de la fonética con la facultad del agradecimiento, también estaban desprovistos de ello. Ambas carencias eran algo que ni los dioses, ni los animales, ni los objetos de su uso diario, podían tolerar.

Los hombres de madera a pesar de tener el habla, no tenían el entendimiento. Se multiplicaban; se daban palo entre ellos, pero resulta que esto era romántico. Estos hombres vivieron un largo tiempo, pero sus escasas facultades intelectuales los llevaron a la perdición. Bueno, lo que les llevo a la destrucción, realmente, fue el terrible error de no acordarse de alabar a sus creadores. No es que los dioses fueran vanidosos, lo que pasa es que eran muy hambrientos y perezosos, y por eso necesitaban de alguien que los alimente.

Pobres seres totalmente secos, no tenían sangre que les recorriera las venas. Debieron ser tan tiesos que jamás debieron tener oportunidad de bailar orgiásticamente. Se divertían sacándose astillas, y quemándose entre ellos. Eran racistas, pues los que quedaban hecho carbón eran marginados. Ah, lo peor de todo, tenían que esperar a morirse para poder jugar al fútbol.

Lo más curioso es la despiadada muerte que les esperaba por ser productos deficientes. En primer lugar, la típica venganza judía: el diluvio. Lo que los dioses no se percataron es que, obviamente, eran de madera. Flotaban tranquilamente por las aguas, refrescándose y navegando como cualquier corsario inglés. Los dioses no pudieron contener su ira, así que enviaron cuatro seres especializados en tortura:

Xecotcovach.- Experto en la extracción y succión. Tenía unas mangueras especiales con anzuelos en los bordes. Su función fue vaciar los ojos de los hombres palos.

Camalotz.- Con las navajas más afiladas del reino de los dioses. Camalotz no se andaba con rodeos, él vino directamente a cortarles la cabeza.

Cotzbalam.- El gordito hambriento del grupo. Su misión era devorarles las carnes, pero al ser de palo, tuvo muchos problemas con las astillas.

Tucumbalam.- El más sádico de todos. No se conformaba con verlos degollados, sin ojos y semi-comidos, el trituraba cada uno de sus huesos y destrozaba sus nervios. (Es decir, que a pesar de carecer de muchos elementos fisiológicos, estas versiones previas de hombres, al menos no carecían de la capacidad de sentir dolor).

Bueno, nadie quería perderse de la fiesta. Primero llegaron tímidamente los animales pequeños y empezaron a mordisquear lo que sobraba de esta legendaria raza. Luego vinieron los animales grandes y casi hacen polvo a lo poco que quedaba de ellos. Aún hay más, al final, llegaron todas las herramientas (la piedra de moler, los palos, las ollas) y empezaron a quejarse de lo mal que habían sido tratados. La piedra los terminó de moler, los palos sacrificaron su vida para quemarlos por completo dentro de la olla, en la cual se hicieron humo y desaparecieron ¡por fin! de la faz de la tierra.

Dicen que los sobrevivientes de esta masacre son los que ahora llamamos monos. Aunque de esto el Popol Vuh no parece estar muy seguro, ni yo tampoco.



Tuesday, May 08, 2007

Papelito


Elevé mis ojos buscando algo y te vi por primera vez papelito, y eso que no te estaba buscando. No lo podía creer, llegaste directo a mis manos, bailando, estabas tan blanco, que parecía como si hubieses caído desde el espacio, bailando como llegaste a mí, y que ninguna otra cosa te había manchado antes. Me creí afortunado entonces, dejé de sentir que era cualquier alguien y que si tenía un nombre en el universo, un nombre que tu me lo otorgabas en medio de todos los azares.

No pude creer lo blanco que eras papelito, ni un grano de arena, ni un rayo de luz había dejado mancha en ti. Por eso decidí cuidarte, protegerte para que no dejaras de ser único, y así yo también, no dejar de ser alguien. Te paseaba con mucho cuidado, te escondía celosamente de los ojos extraños, te daba vueltas por el parque en el que te encontré, pero guardándote cuando venía ese viento frío que nos vigilaba en silencio, como envidiando nuestra felicidad. Digo nuestra papelito, porque esa blancura tuya no podía significar otra cosa, ¿o si?

El sol iba cayendo y yo me conformaba con mirarte, al menos al comienzo. Tenías demasiada energía, y yo no sabía si podría lidiar con eso. Aunque estabas conmigo, aún no te poseía, sabía que no eras de nadie, y tu radiante belleza lo confirmaba. Empecé a temer que ello significaba que yo no era nada más que una parada casual para ti. Entonces empezó mi desesperación papelito, tenía que saber que yo era igual de importante para ti, quería saber si al menos te habías fijado en mí. Te sostuve entonces y te elevé en dirección al sol. Fue la primera vez que miré a través de ti. Fue increíble, puedo recordar perfectamente toda esa luz pasando a través de ti, tu cuerpo traslúcido parecía sólo mejorar la calidad de la luz; esa fue también la primera vez que hablaste conmigo.

Acercarte al sol, también tuvo otra consecuencia, que en ese momento me pareció terrible. Una tormenta de polvo se acercaba y yo apenas lo noté. De pronto toda esa tierra nos envolvía y aunque instintivamente te refugié en mi pecho, ya había sido muy tarde. Estabas manchado por el polvo, y yo no podía sentirme más responsable. No recuerdo si dejé caer una lágrima pero al menos tú no lo sabrías porque escondí mi rostro de ti. ¿Qué tal si te hubiera dejado bailando? ¡Se te veía tan feliz haciéndolo! Ahora sentía tanta vergüenza, yo había sido responsable de mancharte y, ahora que estabas conmigo, de quitarnos a los dos un nombre en la eternidad.

¿Pero qué importaba el nombre en la eternidad? Mucho, hasta que me di cuenta de algo que era aún más importante. Cuando me atreví a mirarte de nuevo, vi como toda esa tierra había dejado formas en tu cuerpo, y me di cuenta que eran formas extrañas pero que decían mucho. Eso es lo que había hecho el mundo de ti ahora que estabas conmigo, y yo sé que te gustó mucho, y por eso a mí me gustó también. Pero lo que realmente me alegró, eso de lo que te estaba hablando, de que mi nombre se había borrado de la eternidad, pero a cambio, me fijé en un curioso dibujo en tu superficie: mi huella se había quedado impregnada en ti gracias al polvo.

¿Puedes entender la alegría que sentí al ver que yo estaba en ti papelito? Que importaba el Universo con mayúscula, el sol que caía poco a poco, las estrellas que aún no se dignaban a aparecer… Yo estaba en ti, al igual que tú estabas en mí de alguna forma, aunque yo no lo podía expresar de la misma manera en que tú lo hacías. Ese sentimiento era muy extraño, me sentía afortunado pero también me sentía sínico por alegrarme de tu suciedad, de todas formas, yo soy el que manchó tu uniformidad por primera vez, ¿estabas de acuerdo con dejar de bailar para estar conmigo?. No sé si otro te hubiera manchado en mi lugar, pero creo que sí. Lo importante es que al ver tus formas nuevas, grabadas polvo y tierra, me daban una pista de que eso te había hecho feliz.

El sol estaba tan cerca de desaparecer y el viento empezó a marchar como mil soldados alados, en ese momento, me enfrenté a un dilema. Te tenía cerca de mi pecho, te estabas arrugando por la presión que ejercía, todo con el fin de que ese ejército invisible no te arrebate de mí. El problema es que si no te veía, apenas sabía lo que tenías que decirme. La luz iba a desaparecer pronto y sin ella no podía comunicarme contigo. Entonces decidí elevarte hacia el sol una vez más, aunque ya me esperaba lo que iba a suceder.

La luz naranja, casi violeta, atravesó tu cuerpo, con ese sabor a muerte que se asemeja como nunca a la vida. Ese brillo te atravesó e iluminó todas tus formas de una nueva forma. Jamás te vi más hermoso, papelito, pero jamás te vi, al mismo tiempo, tan lejano de mi. El viento empezó a soplar aún más fuerte y sentí mucho miedo de perderte, así que mientras descifraba lo que me decías tuve que apretarte con violencia, te arrugaste y hasta te rompí un poco. Un dolor profundo me invadió y esta vez no te oculte mis lágrimas. Una esquina tuya se movía desesperadamente con el viento. Todo se confabuló para decirme lo más obvio, tenía que dejarte ir. Las primeras estrellas entonces aparecieron en el cielo y me di cuenta que tu amor desenfrenado por bailar era algo que ya no podía controlar.