Friday, February 23, 2007

Dicen que la negra

Dicen que la Negra habla con Dios. Dicen que cuando está ahí parada en la esquina no es que está vendiendo su cuerpo sino que espera la llegada de su Señor. Y a pesar de que la gente habla mucho, hay algo en la Negra que me lleva a pensar que si ella no habla con el Supremo, por lo menos le saca unos centavos.

La Negra no es cualquier mulata, la Negra nació con la bendición de aquellos pocos a los que se les abre la puerta del cielo, será por tener alas, será porque está buena, la cosa es que la Negra no pertenece a este mundo. No es como las mujeres de por acá. Este mundo es frío y cálido; ella es templada; este mundo es alegre y cruel; esta mujer de quién les hablo es como una niebla, es una calma, es un gris.

Lo más irónico, es que los que viven en el cielo son los que no creen en Dios. La Negra lo ha visto con sus propios ojos y ella sabe lo que dice, pues no es como nosotros, ella se parece más a lo que este mundo necesita… quisiera poder entender qué es ese algo. Pero entender toma tiempo y esfuerzo, y esos dos elementos le sirven a uno nada más para buscar la comida.

La Negra sabe contar sus historias, nos dice que cuando va al lugar divino, es Pedrito el que está en la puerta, y que no es un santo, es uno de nosotros. El lugar es muy bonito, y como no, si está bendito con eso a lo que llaman plusvalía. Una vez uno de esos sindicalistas quiso explicarme que mismo es esa vaina. Me dijo que es con lo que los ricos se hacen ricos; que es nuestro sudor. Yo le dije que mi sudor nunca me ha dado dinero sino que más bien me aleja de las hembritas. Magia transformar eso es dinero.

La única magia que yo conozco, es la de las curvas de la Negra. Que la virgen me perdone pero hasta a ella le diera envidia. Por eso es que ella se va directo donde los grandes, por eso es que Pedrito le deja pasar, porque él sabe lo que vale esa mujer, que no sé como mismo es que vino a parar acá a la tierra, esta tierra que no sirve para producir un guineo, esta tierra que ni siquiera es asfalto.

Saturday, February 17, 2007

Ser y existir (especulaciones)

Cuando nos situamos en el mundo y tenemos por cierto el hecho de que estamos en un lugar (aunque sólo sea eso), no importa que sea imaginario, lo único que tenemos por cierto es eso. No importa si tan sólo en el sueño de un calamar gigante, o talvez en un electrón de un átomo gigante de un zapato viejo; nos sabemos pensantes.

Dada esta primera condición, podemos partir de dos elementos frente a lo que nos rodea, en primer lugar que somos, y en segundo lugar que existimos. Cuando aplicamos a lo que tenemos por nuestro ser dichas palabras hay algo que cambia y es la manera en cómo se aplica una y otra:

Yo soy…


Cuando afirmo que yo soy, pienso en las cualidades intrínsecas que me componen, observo semejanzas y diferencias: soy un ser humano igual que aquel que camina en dos patas y reacciona de una forma similar a la mía ante ciertos impulsos; soy un hombre porque no tengo dos protuberancias en el pecho como las mujeres. Cuando digo yo soy me delimito frente al mundo, y de esa manera me estructuro como una idea.

Aparentemente, puede parecer que confundo la concepción copulativa de ser con la que podríamos llamar ontológica, pero en realidad lo uno lleva a lo otro. Mi ser es mi esencia o naturaleza y eso está fuera de cualquier concepción espacio-temporal, es la idea que existe de mí mismo, y así como existe un ser de mi persona, de la misma manera hay un ser para cualquier cosa que pueda ser pensada.

Cuando Parménides dijo que pensar y ser son una misma cosa, enmarca todos los límites del ser; Estos límites incluyen nuestros límites, el pensamiento está delimitado por lo que es y en ello está incluido nuestra capacidad imaginativa que crea y destruye al mismo tiempo; cada idea queda inmortalizada y es, porque siempre fue: del todo atrapamos cualidades y las encerramos en una ilusión llamada ser.

Yo existo…

Volviendo a mí mismo, otra cosa que puedo afirmar (y talvez con más seguridad que “yo soy”) es que existo. No puedo demostrárselos, pero ustedes si pueden comprobar que existen, valga decir que talvez es esta la única cosa de la que podemos estar seguros. Aquí existe una divergencia, cuando afirmo que soy, puedo considerarme un ser cambiante y nunca retener un ser, pero siempre voy a ser; en cambio, cuando pienso en que yo existo, existe una pequeña molestia: no siempre voy a existir.

Dejemos de lado las aseveraciones cristianas, pues no voy a hablar de planteamientos fuera de este mundo (que es). Centrémonos en el hecho de que nuestra ilusoria unidad enraizada en la conciencia dejará de existir. Es aquí donde se halla la primera pista de porque ser y existir son diferentes. Yo diría que es una cuestión en primer lugar objetiva (subjetividad colectiva) y otra que una de ellas está estrictamente en función del tiempo, sobretodo frente a la consideración de la existencia de un objeto ajeno a nosotros mismos.

Yo existo porque me sé presente, pero los otros saben que existo porque también me ven. Y refiriéndonos a un objeto distinto, lo que descomplejizaría un poco el problema, afirmamos que algo existe porque está ahí y un yo y un tú lo están viendo por medio de un vínculo fiel que marcan los sentidos. Ya sé que era el mismo Parménides el que mandaba a desconfiar de los sentidos, pero es este el vínculo más estrecho que nos une a otros seres que también se dicen existentes.

Por último, está la temporalidad en función de la existencia. Es aquí cuando me voy del lado de Heráclito de Éfeso quién pronosticaba hace 2500 años que la materia se transforma y todo deviene. No podemos decir que nada es eterno pues nada existe siempre. [1]

Englobando unas pocas palabras más

Cuando algo es, queda inmediatamente descartado del proceso del devenir. No se debe afirmar que algo sea en la misma manera en la que exista. La idea de la revista que tengo en frente la hace ser: la revista es. Cuando el tiempo pase y la revista se destruya puedo decir que la revista fue y dejó de existir. Pero la idea de la revista no ha dejado de existir y aunque sea casi imposible que alguien reconfigure la idea de una revista extinta, todas las configuraciones de ser están ahí eternas e incansables, basta que una movida del azar reconfigure la idea para demostrar su inmortalidad.




[1] Estoy apenas usando referencias presocráticas. En un futuro no muy lejano talvez haga ciertas rectificaciones basándome en la metafísica aristotélica

Wednesday, February 07, 2007

Roterdot

Al entrar al edificio abandonado de Roterdot, éste sólo reflejaba como un espejo la expiración de la ciudad. Se me escaparon unas lágrimas, aunque inútiles, así también inevitables. Por unos pocos segundos se cruzó por mi mente la idea de dar la vuelta y correr frenéticamente aunque sea hacia otra muerte, una camuflada por un sueño (aunque ya había perdido incluso esa capacidad). El edificio lleno de moho con sus paredes amarillentas sólo era un epíteto de la ciudad asolada.

Con un pertinente temblor en las piernas empecé a subir, cada vez más despacio las escaleras del viejo edificio que envejecía conmigo, así como los niños que envejecen ante el fallecimiento de la esperanza; en la torre la luz amarillenta maduraba cono el queso al entrar. Como iba contando los escalones, fue en el decimoséptimo donde escuché el primer grito:

- ¡Nunca hablaré de esto Roterdot, jamás!

Me paralicé por completo. Ahí estaba. Y yo, dirigiéndome hacia él. ¿Cómo es posible que dentro de mis venas aún fluya el miedo? La resignación yacía borrosa lejos; de mi mano caminaba la desesperación, la locura… y de la mano de ellas reinicié mi camino, lo merezco, todo por Luciana.

- ¡Roterdot! Mis venas consagrarán mi juramento, ¡acepta mi juramento!

Que gritos tan terribles, el grito de aquel hombre que es el terror en sí mismo, de quién decían que su mirar reducía a los hombres a tímidas palomas, el dueño de Luciana. Sus gritos llenaban las paredes de un miedo, que a su vez hacía gritar a ellas mismas, lo que producía un eco caótico al que no sé que condición sobrehumana me permitió resistir.

Ascendía por las escaleras maquinalmente, y el metrónomo de mis pasos me llevó sin duda a mi destino, estar parado frente a la puerta entreabierta donde él estaría. La puerta me eligió. Al abrirla la luz del sol me llegó directo hacia los ojos y un líquido lleno de vida mojaba las paredes y reflejaba las caricias naranja del atardecer. Era la sangre de Lucía…

- ¡Roterdot, desdichado testigo de mi dolor! Jamás nadie volverá a hablar de esto, te lo juro! Yo… ¡te lo juro!

Cuando el brillo se disipó entonces la cruel escena se reveló con toda su fuerza. Los pétalos rojos liberados del jardín conductor de vida de Lucía decoraban todo el lugar. ¿Por dónde se le escaparía la vida? Estaba herida por todas partes. Lo único que mantenía junto todo su cuerpo era él, quién lloraba desesperadamente; no sé como la habitación no estaba inundada con ambos líquidos entremezclados.

Ahora formaba parte de la escena, pero ajeno a ella. No estaba mi presencia o no importaba, él jamás me miró, aunque sabía que yo estaba allí, aunque era por mí por quién la había matado. Lucía, ¿qué es la vida y como pude quitarte ese algo que tú me diste? No pude evitarlo, era en ese momento tan sólo un insecto encantado en este tartáreo jardín escarlata.

Una disonancia al otro lado del cuarto me despertó del delirio. Era Roxana, encogida en una esquina tratando de hacer su respiración inaudible. Pobre muchacha inocente, al fin tenía la apariencia de la niña que era, igual que tú Lucía. Querían ser mujeres de mundo cambiando un poco de su ser a los hombres quienes a cambio les ofrecían una miserable herencia. El mismo número de latidos que ellos ganaban al poseerlas, ustedes perdían. Eso hizo Lucía con ese hombre y tan sólo una vez conmigo, Roxana con no sé cuantos. Mal truque Lucía, por mí cambiaste todos tus segundos, por un grillo que ni llegaba a luciérnaga.

Roxana me miró y sus ojos divagaron entre sentimientos idénticos de miedo. Silenciosamente la tomé de la mano y traté de levantarla. Se negó, con un susurro ahogado me dijo:

- Nos va a matar no entiendes, ¡entiéndelo inconsciente!

Tenía razón, estábamos muertos desde que fuimos descubiertos, yo como traidor, ella como cómplice. Pero me perturbaba tanto la imagen de una niña sin esperanza, ni siquiera podía imaginar eso como ficción. Tenía que regalarle algo, tenía que alimentarla con una ilusión.

- Vamos, no seas inconsciente, ahora podemos huir.
- No, no entiendes nada…
- ¡Roterdot! – se escuchó en el fondo vibrar y Roxana no pudo contener el llanto.

Ese grito se metió por los poros y nuestros huesos parecían campanas gigantescas por la forma de vibrar, perdían su dureza; no obstante, tomé a Roxana, la subí en mi hombro y salí del cuarto fingiendo ser silencioso, como si mis pasos pudieran camuflarse con el llanto de aquel que me mataría; su llanto que hacía temblar a todo el edificio.

Roxana me golpeaba la espalda, tuve que dejarla bajar. Su rostro demacrado, mirándome.

- ¿Para qué, para qué esta farsa?
- Tenemos que huir, nos va a matar
- ¡Maldita sea! Tu jamás podrías ni rasguñarlo
- Vamos, no hay tiempo…
- ¿En dónde quedó tu cordura?
- …
- ¿La amabas?

Ahora era yo quién se desarmaba y renunciaba al teatro que armé. Gotas salinas salían de mis ojos, que en Roterdot al caer, resonaban al igual que los gritos. Hablé maquinalmente:

- Vamos
- Está bien – me respondió

La tomé de la mano y empezamos a flotar cuesta abajo sobre las escaleras ¿Cómo puedo llamar el sentimiento que se regó sobre nuestro rostro a la par del sudor. Los gritos seguían ahí, pero se hicieron leves, hasta que salimos del viejo edificio. Roxana empezó a caminar hacia el pueblo lentamente y yo decidí tomar otro camino, pues ya no podía sostener por más tiempo ese hipócrita sentimiento de falso héroe. Rodeé el edificio. Detrás de él había un lote abandonado que daba hacia el ocaso. Me dirigí hasta el y quedé frente a la ventana donde aún estaban él y ella…

- ¡Nunca te perdonaré Roterdot!

Aquella sentencia se regó fuera de las paredes. Fue lo último que escuché; sabía que tampoco a mí me perdonaría.

Saturday, February 03, 2007

Nómada

Ni las manecillas del reloj
ni los pasos hollados.
Detrás de una respuesta
fugaz, y así mismo
abandonada, fugaz.
Los rostros ya habían nacido
y entre ellos,
ya se habían recorrido.
Error vecino, llegas tarde;
un ladrillo
que no se utilizó
y que ya no es uno
sino ninguno.
Tal como cualquier número,
ahora el cero es uno.

¿Cómo estar en el momento
y en el tiempo?
Si dejas tu pasado... estás solo.
Si caminas con lágrimas
en lugar de hombres.
lágrimas con nombres.