Wednesday, January 24, 2007

Armonía y Cosmogonía

¿Qué tantos límites rompe la lógica y que tan subordinada está el Universo a ella? Si ésta propiedad (que nos sirve sobre todo para comunicar, para llegar a un acuerdo) es inherente a todos los principios, entonces seguramente debe haber un porqué de la existencia.
El mundo se genera, se destruye. Todas las reglas calzan aunque no las conozcamos, suponemos algunas X cosmogonías con las cuales las mentes hasta cierto puto se conforman. Y podemos atribuir la armonía, santa protectora de todas las osas, como indispensable. Es que el equilibrio es lo que nos garantiza la permanencia, la explicación y la calma. Todas las fuerzas respetan un algo, una ley, la Justicia.

En Anaximandro se encuentran los primeros vástagos de un ente equilibrador (racional): A partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí se produce también la destrucción, según la necesidad. Porque mutuamente se hacen justicia (dike) y se dan satisfacción por la injusticia (paidika) siguiendo el ordenamiento del tiempo (Simplicio 13:A9+B1). Nietzsche considera esta afirmación de esta manera: Todo devenir es una emancipación del ser eterno: por lo tanto; una injusticia que debe ser pagada con el castigo de la decadencia. No es extraño que el filósofo considere a Anaximandro un filósofo pesimista.

Sabemos que no venimos de una gran masa indeterminada como decía el pensador griego, pero sabemos que todos los cuerpos están sometidos a unas leyes físicas que repasándolas someramente nos dicen que la materia se transforma en energía y viceversa, según la necesidad, según la Justicia de la lógica. Cada día se nos explica una infinidad de cosas que parcialmente construye en nosotros una idea de cómo funcionan las cosas, y la complementamos con estudios o con algún mito nuevo.

Nosotros, como seres orgánicos podemos conformarnos con estas ilusiones (hablo de ambas, la lógica y la mitológica), hacernos a la idea de que estas ilusiones con respecto a la vida están simplemente determinadas bajo los parámetros de consecuencia y razón, que nacer y morir que ayuda a preservar la existencia de la vida como totalidad, o que simplemente, es voluntad de un ser creador. Estos y otros fundamentos tautológicos (cuyo peso racional no radica plenamente en lo que diga la ciencia sino que tan bien yo los defienda) son útiles para las personas, y la indagación culminar, delimitando así una realidad plausible.

Si queremos utilizar las herramientas que tenemos, encontraremos una respuesta lógica a cualquier pregunta acerca de la existencia, el origen de la vida. No porque ontológicamente deba esta respuesta ser correcta, sino porque dentro de ella están nuestras posibilidades. Y hemos de hallar nuestro significado de la vida, celebro por ese momento.

Tuesday, January 16, 2007

El niño cifra


Las varias y débiles luces de la noche dejan escapar ciertas sombras de cada persona. No es una, sino algunas. Rafael se para, tieso, y se ríe al ver cuatro proyecciones de si mismo como si fuera un helicóptero o una libélula estrellada contra el suelo. La oscuridad son sus alas. Uno diría que un niño que vive en la calle sufre mucho, pero la irrealidad humana le permite reír de vez en cuando.

Rafael, sin embargo, no tiene muchas fuerzas, y los golpes rutinarios todavía dejan marca sobre y bajo su piel, no obstante, con las manos en los bolsillos se para frente al televisor de alguna tienda, a ver como los niños rubios venden su estilo de vida. Ya basta de distracciones, es hora de trabajar. En este caso, Rafael pide limosna, nada más la pide, y pide más en navidad. No voy a mentir, no sé si Rafael vive en la calle, si su madre le manda a trabajar; simplemente está con su mano tendida, pidiendo dinero y a veces golpeando y haciendo llorar a su hermanita menor.

El pobre niño es el malo, un anti-esteticismo frente a la armonía de tranquilamente pedir un poco de plata. No es que tampoco esto se mire indiferente; pues mi querido Rafael en sí, es un anti-esteticismo para la regeneración urbana. Lo definieron bien: “urbana”. Y para ellos quienes el niño se llama Jonathan o Washinton, déjenme decirles, se llama Rafael.

La cosa es que Rafael tiene una vida, no digamos dura, sino difícil de conservar. Y tomando en cuenta que de noche las sombras se multiplican, Rafael, quién huele a alguna mueblería e incluso a ferretería, es atropellado, ni siquiera por un Mercedes Benz “S” Series (como mucha gente preferiría morir), sino por un simple Corsa Evolution. Imagino que el estado de enajenamiento mental de este muchacho debió amortiguar el dolor del golpe, o talvez la rapidez del accidente.

Imagino como Rafael deja escapar sus últimas aspiraciones (en forma de exhalaciones), entran a sus pulmones y se mezclan con la pega, ahí se forma un bonito diente de león que crece como ellos, en la calle. Cada ínfima aspiración que pueda tener Rafael, se va con el viento. Comparándonos con este pequeño, a nosotros también se nos va la existencia, no somos ni menos miserables ni probablemente somos más felices. Sólo es como el diente de león frente a una rosa, según muchos la una podrá ser más bonita que la otra.

Todas las acciones deben tener una repercusión. Las personas al morir nos dejan dolorosamente su último acto y se nos graba en la memoria. Muchos mueren y simplemente se pudren. Al menos Rafael servirá para conmover a muchos, no mediante este relato pues esa no es la intención, sino mediante la estadística que algunos curiosos se atreven a revisar, para causarse a si mismos, aquel sentimiento (esta vez artificial) llamado tristeza.

Wednesday, January 03, 2007

Una botella al mar

Si vivimos solos en islas como yo creo, y nos separa un mar de símbolos de las otras personas, entonces podríamos decir que no necesariamente la compañía es cuando a fuerza de remar la otra persona llega a tu isla, sino cuando se logra evaporar al mar y se camina por esta tierra comunal, o talvez cuando se logra hacer un acto digno de Moisés. Parece ridículo… Pero desde un punto de vista puede ser real; y es que a veces la gente cree que escuchando el canto de la sirena el agua puede transformarse en tierra

Lo raro es que aún estando sin nadie a la vista a kilómetros cuadrados, creemos que somos tan grandes que todo el mundo nos puede ver. No está mal que cada quién se dedique a cuidar su isla; sin embargo es posible que nadie en realidad llegue a verla. Solo se nos puede ver dependiendo de cómo se trate al mar, no a nosotros como personas que nos matamos contaminando o limpiando ese nexo separatista de sal y que nos reflejamos en ella.

Que triste, saberse apenas no uno mismo, sino el mar que a uno le rodea, pero lo que hacemos del mar es algo que depende el grado quedará y llegará a algún lado. Lo que hacemos del agua o lo que metemos en el agua, como una botella. Aislados, tenemos un motón de botellas de las cuales bebemos y las cuales guardamos, o a veces metemos un mensaje.

Parados frente a la inmensidad, no dominamos la corriente ni las palabras (ahora si) guardadas en la botella. La lanzamos muy lejos y en una mezcla de azares llegará a otra isla, pero en esta mezcla de posibilidades no somos un alguien sino un pedazo de alguien, cerrado y sellado, para que la turbulenta agua de símbolos, no se mezcle con nuestros adjetivos.


Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.


Mario Benedetti