Tuesday, January 16, 2007

El niño cifra


Las varias y débiles luces de la noche dejan escapar ciertas sombras de cada persona. No es una, sino algunas. Rafael se para, tieso, y se ríe al ver cuatro proyecciones de si mismo como si fuera un helicóptero o una libélula estrellada contra el suelo. La oscuridad son sus alas. Uno diría que un niño que vive en la calle sufre mucho, pero la irrealidad humana le permite reír de vez en cuando.

Rafael, sin embargo, no tiene muchas fuerzas, y los golpes rutinarios todavía dejan marca sobre y bajo su piel, no obstante, con las manos en los bolsillos se para frente al televisor de alguna tienda, a ver como los niños rubios venden su estilo de vida. Ya basta de distracciones, es hora de trabajar. En este caso, Rafael pide limosna, nada más la pide, y pide más en navidad. No voy a mentir, no sé si Rafael vive en la calle, si su madre le manda a trabajar; simplemente está con su mano tendida, pidiendo dinero y a veces golpeando y haciendo llorar a su hermanita menor.

El pobre niño es el malo, un anti-esteticismo frente a la armonía de tranquilamente pedir un poco de plata. No es que tampoco esto se mire indiferente; pues mi querido Rafael en sí, es un anti-esteticismo para la regeneración urbana. Lo definieron bien: “urbana”. Y para ellos quienes el niño se llama Jonathan o Washinton, déjenme decirles, se llama Rafael.

La cosa es que Rafael tiene una vida, no digamos dura, sino difícil de conservar. Y tomando en cuenta que de noche las sombras se multiplican, Rafael, quién huele a alguna mueblería e incluso a ferretería, es atropellado, ni siquiera por un Mercedes Benz “S” Series (como mucha gente preferiría morir), sino por un simple Corsa Evolution. Imagino que el estado de enajenamiento mental de este muchacho debió amortiguar el dolor del golpe, o talvez la rapidez del accidente.

Imagino como Rafael deja escapar sus últimas aspiraciones (en forma de exhalaciones), entran a sus pulmones y se mezclan con la pega, ahí se forma un bonito diente de león que crece como ellos, en la calle. Cada ínfima aspiración que pueda tener Rafael, se va con el viento. Comparándonos con este pequeño, a nosotros también se nos va la existencia, no somos ni menos miserables ni probablemente somos más felices. Sólo es como el diente de león frente a una rosa, según muchos la una podrá ser más bonita que la otra.

Todas las acciones deben tener una repercusión. Las personas al morir nos dejan dolorosamente su último acto y se nos graba en la memoria. Muchos mueren y simplemente se pudren. Al menos Rafael servirá para conmover a muchos, no mediante este relato pues esa no es la intención, sino mediante la estadística que algunos curiosos se atreven a revisar, para causarse a si mismos, aquel sentimiento (esta vez artificial) llamado tristeza.